sábado, 27 de abril de 2013

El bicho que salió de Galapagar

Domingo, las dos de la mañana y llegando a Madrid (como tantos otros). A nuestro habitual paso por Galapagar, de repente mi compañero frena en seco, en el medio del pueblo. Los dos le preguntamos ¿que pasa?, y él nos responde: mirad, y ahí estaba, un pequeño conejito, con sus patitas, y con sus dos ojitos que parecian dos botones en un peluche. Salimos del coche y fuimos hacia él y entonces yo decidí intentar cogerlo, me di cuenta de que no podía dejarlo ahí esperando una muerte segura. Se que solo es un animal pero, ¿Se merece morir atropellado por el coche de cualquier imbécil? Ese era el momento en el que tenía que poner mi granito de arena. Ese conejito era cada uno de los gatos asesinados por algún adolescente imbécil pasando la tarde, cada una de los bebés foca asesinados a palos, cada uno de los... Bueno, prefiero no seguir. Entonces, y después de un rato, lo pillamos. Me lo llevé al piso y le puse comida y agua y todo eso. Tras un par de días en los que lo había intentado todo para que comiera se me ocurrió darle suero con una jeringuilla, y funcionó. El me miraba inmóvil y de repente empezó a beber, se dejó llevar y comprendió que yo era bueno con él. Entonces, el viernes siguiente me lo traje a casa conmigo y poco a poco se fue haciendo un pequeño hueco en nuestros corazones. Cuando se escondía detrás del armario, cuando mordisqueaba los cables, cuando aprendió a utilizar su baño, cuando se nos subía en la cama para despertarnos, cuando nos entretiene con sus saltos, y cuando se sienta con nosotros a ver la tele, y cada vez que me lame la nariz, y cuando se sienta en mi barriga cuando estoy triste... No es solo mi mascota, es la vida misma en su esencia.