viernes, 5 de diciembre de 2008

La tierra prometida


Acababa de anochecer, mientras yo caminiaba por aquel poético paseo junto al mar. Personas anónimas iban i venían a mi alrededor y, mientras, yo seguía inmerso en mi propio mundo interior. De pronto llegué al final de aquel precioso paseo, pero no tardé en darme cuenta, que no me hallaba sino en el principio del siguente. Esta vez me tocaba atravesar la ciudad. De noche, lloviendo, y tan solo abrigado con mi chaqueta de cuero negro, caminaba y caminaba sin darme siquiera cuenta del tiempo que ya llevaba andando sin parar. Anonadado con tanta luz, y sorprendido por aquel ambiente extrañamente navideño de finales de octubre, seguía y seguía caminando sin rumbo alguno, respirando tan característico aire proviniente de aquella mar llena de magia. Mis ojos se movían ávidos, en busca de gentes a las que nunca conocería, de vidas ajenas, personas con las que no entablaría mas relación que una escueta mirada, tal vez por eso tan transcendental, quizás era por lo efímero, que aquellas gentes me infundían una extraña sensación de calidez; y es que no podía encontrarme sino en Gijón.